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viernes, junio 25, 2010

Vivir una es vivirlas todas


A las 9 p.m. se canceló nuestro vuelo y no fue fácil para nadie. Para ninguno de los miles de viajeros varados en los aeropuertos de Europa anoche por culpa de la huelga de trabajadores franceses, que cerraron el tráfico con destino, escala, procedencia o sobrevuelo en Francia. Para la señora que se parecía a mi difunta tía Gisela y se nos coleó flagrantemente poniendo cara de borrega y hablando en francés en algo que puede traducirse grosso modo como "a estos pendejés me les voy a colée."

Nada fácil para cualquiera que vistiera una insignia de Iberia en el aeropuerto. "Yo trabajo para Iberia, señora, pero no cambio los pasajes... yo limpio el piso. Si quiere le puedo indicar dónde están los aseos." En lo absoluto fácil para Yao Ling Pling Plang Chang, que le pasaba el celular a la agente porque no sabía hablar español, mientras ésta le daba instrucciones a su interlocutora para explicarle a la Srta. Pling Plang Chang que no iba a llegar a París esa noche.

Imagino que nada sencillo para la señora gorda que, sentada sobre las balanzas de las maletas al lado de los mostradores, revelaba que pesaba más de 15 kilos más que la alemana que se sentó en la balanza de al lado. Para Sofía -la niñita colombiana unos puestos adelante en la cola- no fue fácil mantenerse quieta al lado de su madre, sentada con su vestidito blanco por encima de su barriga. Para su madre, nada fácil ocuparse de ella sin dejarla sola para irse a atender otras colas. Para la mía, no fue nada fácil verle las pantaletas a la mamá de Sofía aquella vez que se agachó, revelando impúdica el camino recorrido por Sofía (y su hermanita) para nacer.

Casi imposible para el andaluz hacerse escuchar cuando comenzó a proponer inquietamente que nos numeráramos, a ver si nos asegurábamos condiciones "más humanas" en la espera. O para el argentino que -cuando se fue una de las chicas que estaban trabajando y le faltaba una persona por delante- llamaba a buscar al gerente de Iberia, a hacer algo para ser escuchados, o prenderle candela al terminal.

Ciertamente nada sencillo para los trabajadores de las líneas aéreas que tuvieron que acomodarse a una situación a la que fueron completamente ajenos y hacerle frente a una horda impaciente, sudorosa y al punto del linchamiento de viajeros de todas nacionalidades.

Sin embargo, imagino que fue particularmente difícil para la chica trabajando en el mostrador de Iberia porque -después de un día duro de más de 12 horas y cientos de reclamos- a las 11:30 p.m. fue cuando se acomodó la banda de acordeonistas a su lado para tocar mariachi. Hablemos de un día difícil.





Puede verse a Sofía corriendo frente a los acordeonistas.

jueves, junio 10, 2010

To BB or not to BB


Resistir no ha sido un problema.

Cada cierto tiempo me lo he planteado y la respuesta ha sido siempre la misma: no me gustan los Blackberry. Lo que quiero es un iPhone. Desde siempre. He esperado tanto y ahora está tan cerca.

La gente me dice "Luis, cómprate un Blackberry, ¡anda! ¡Es buenísimo! Así nos mantenemos comunicados gratis" Pero no. Cuando veo un iPhone siento el amor en el aire. Me provoca cantar, susurrarle cosas atrevidas, seducirle y llevarle conmigo el resto de mi vida, exhibirlo y ser felices juntos, sentir las miradas recelosas de la gente, mi celular florero. Cuando veo un Blackberry, siento lo mismo que siento cuando como comida india.

Para mí sería como querer ir al Cirque du Soleil y conformarme con ir al Circo de los Hermanos Gasca.

Hubo un momento de encrucijada hace poco, cuando hablé con mi papá por el Blackberry de mi prima. Hay algo que se remueve dentro cuando tu figura paterna solloza de la emoción a través del Messenger. Al guarapo de uno le cae un palo de agua.

"Sería tan fácil comunicarnos, hablaríamos todos los días" La estabilidad de mi núcleo familiar sustentada en un dispositivo móvil que nos cohesionaría fácilmente, un mensaje de texto corto a la vez.

Y al mismo tiempo,
después de tanta profesión de amor hacia Apple todos estos años, mucha gente estaría en total desacuerdo con que caiga en esa tentación. Nadie me desaprobaría más que Conchita. Ya me la imagino, viendo de reojo con desdén mientras hablo. Y yo, sintiéndome sucio -insertar escena llorando en la ducha, bañándome con una esponja- e infiel.

Conchita es mi MacBook.

Donde sea que voy, me gusta pasar desapercibido... al menos hasta que abro la boca. En el mundo saben que eres venezolano porque hablas español y tienes un Blackberry... y dices marica, o sea, won y vaina de forma exagerada, pero ese es otro asunto... Es peor que sacar el cuatro, el arpa y las maracas y ponerte a cantar "Caballo Viejo" en plena Gran Vía... o tararear sin querer agárrense de las manos.