Por favor, solo dame mi vodka y mis pastillas. |
EPISODIO III: Sobre la atención al cliente. Fin de la saga.
El concepto de atención al cliente, lejos de estar asociado a un servicio, se percibe más como un favor que te están haciendo y que debes recibir agradecido. Después de todo, a nadie le pagan por ofrecerte un servicio... ¿cierto?
La primera vez que me percaté de esto durante el viaje fue en Lechería. Estuve de visita en el pueblo visitando a mi hermana y nos quedamos en un hotel —larga historia— que incluía desayuno, servido de 7:30 a 11:30 a.m.
[En Venezuela la gente está acostumbrada a madrugar. Por ejemplo, mi padre me dice que le llame a las 4 a.m. durante la semana, que a esa hora le viene bien para hablar porque se está levantando (¿?) Igual la gente en el hotel. Si bien no querían que les llamara a las 4 a.m. que alguien me explique cómo es que alguien, estando de viaje, se levanta a desayunar a las 7:30 a.m. Eso no puede ser bueno para la salud. Y no son cuatro pelagatos, ¡es todo el p—to hotel! ¿Qué hacen despiertos a esa hora? Seguro que es porque comida es gratis.]
Sentados en la mesa, mi hermano y yo ojeamos el menú. Nos llama la atención que sirven omelettes y tortillas francesas como ítems separados a lo que nos hacemos la lógica pregunta "¿cuál será la diferencia?" por lo que nos decidimos pedir uno cada uno. Viene la mesera y le decimos la orden.
—Buenos días, mi hermano va a querer una tortilla francesa y yo un omelette.
Se nos queda mirando con cara de actitud pensando "estos dos sí son pendejos" y dejando entrever una pequeña sonrisa de burla dice
—Ajá, pero es que eso es casi lo mismo.
—Si son casi lo mismo, no son iguales, ¿en qué se diferencian?
Ahora con actitud de que está en un programa de cámara escondida, como si de su boca fueran a salir las palabras que describen el hecho más obvio de la vida.
—En que la tortilla francesa es redonda y el omelette tiene forma de media luna. Ah, y una tiene jamón.
—Ah perfecto. En ese caso mi hermano va a querer una tortilla francesa y yo un omelette.
Idiota.
Luego en Uchire, nos paramos a echar gasolina. Para aguantar el resto del viaje, decido comprar chucherías en la tiendita de la gasolinera. Típica tienda de carretera, tiene un mostrador de vidrio con todos los productos que uno tiene que solicitar a un dependiente. Ávido tomo mi decisión sobre qué comprar y, haciendo contacto visual con una chica al otro lado le digo
—Disculpa, ¿me puedes dar dos Susy, dos Samba de fresa y un litro de agua?
—Mi cielo, tienes que comprar un ticket en la caja antes.
Hasta aquí todo bien. La cosa fue cuando remató con tono de superioridad:
—O sea, todo eso que me dijiste a mí, dilo en la caja y me traes el ticket después, mi vida.
Ya de salida en Maiquetía, esperaba para hacer el check-in en Alitalia. Un agente de la Oficina Nacional Antidrogas interrogaba a toda la fila. Cuando tocó mi turno, se detuvo delante de mí y con ojos fijos comenzó el interrogatorio.
Si de por sí uno no confía en Guardia Nacional ni cuerpo de seguridad en Venezuela, contesté todas las preguntas que me hizo de inmediato. El problema fue cuando me negué a responderle cuánto ganaba en España.
—En ese caso, voy a tener que verme obligado a revisarte todo el equipaje. Pieza por pieza. Prenda por prenda.
Eso sí fue un servicio dedicado. Una atención incomparable. Un ahínco por buscar la más mínima posibilidad de joderme. Todo esto mientras Lileana revoloteaba a mi lado y se reía diciendo "Espero que no te encuentren las drogas jojojojo aunque más bien parece que hubieras venido a hacer el mercado."
Productos venezolanos disponibles en mi equipaje para el momento de la revisión de La Ley. Sí, quizá me excedí un poco en en shopping de víveres venezolanos... |