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jueves, noviembre 26, 2009

Impuesto de salida



Luisito era el niño bueno de la cuadra. Al que le confías ciegamente alimentar el perro y cuidar la casa cuando te vas de vacaciones. Cuando iba a Misa, ofrecía generosas limosnas -en la medida de sus posibilidades infantiles- y no se limitaba a darle la Paz a quienes se encontraban a su alrededor, sino que también se movía hasta donde estaba el Padre para saludarle cariñosamente. Orgullo de su padre y su madre, nunca molestó a su hermano menor que a su vez, lo veía como su héroe personal, su constante modelo a seguir.

Creativo e inteligente, su vida académica desde el principio no fue sino intachable. Modoso y responsable, su madre nunca le recordó hacer las tareas. En el colegio fue eterna referencia de comportamiento y buenos modales, salvo un penoso incidente con un disco de John Denver durante una formación después del recreo en sus años de adolescencia rebelde. Alumno 10, a pesar de todo su tesón y perseverancia nunca llegó más alto en el Cuadro de Honor por culpa de la mafia Tobías-Márquez, que se compartía los lugares más altos del pedestal.

Ya universitario cultivó un sin número de inseparables camaradas, que le ayudaron a torear las desdichas del exigente régimen de la formación personal. Siempre apegado al marco de las leyes, nunca tuvo licencia, cédula de identidad, certificado médico o carnet vencido. Cuando tuvo carro, era blanco de miradas secas y corneteos incesantes al ser el único detenido en el semáforo en rojo. Destilaba una maliciosa satisfacción de vez en cuando, al no dejar pasar primero a la gente que adelantaba la cola por el hombrillo de la autopista.

Luisito aventurero y adaptable partió un lunes de Maiquetía. Dejando todo atrás, se fue lejos hacia el norte, donde conoció la nieve. Había escuchado que la puntualidad era importante en esas latitues y desde ese momento, llegó a donde iba con cinco minutos de antelación. Al atravesar las calles, siempre por el rayado. Los pagos de la tarjeta de crédito, siempre a tiempo.

Un buen día de otoño, tuvo que mudar su residencia y para facilitar la mudanza, alquiló un carro para transportar sus peroles y cachivaches del que fue su apartamento a su nueva casa.

Fue la noche de la mudanza cuando Luisito tuvo una visita inesperada del destino: Cuando hubo mudado todo, aparcó el vehículo en la calle sin percatarse inocentemente de los horarios en los cuales estaba prohibido.

A la mañana siguiente, campante y risueño se levantó de su nueva cama y tras alistarse rápidamente, salió al encuentro de una calle donde no había carro alguno estacionado. Extrañado y asustado, realizó la llamada a Tránsito donde le informaron que el vehículo yacía aparcado plácidamente en un estacionamiento de la ciudad desde poco más de las 7:20 am.

Con nerviosismo e impaciencia, esperó al tranvía que lo llevó a la calle citada. Corrió entre mares de ejecutivos somnolientos y edificios legañosos. Corrió con todas sus fuerzas para evitar tener que pagar un día adicional de alquiler que se haría efectivo a las nueve de la mañana.

$60 de multa + $136 por el amable servicio de grúa + $24 por dos horas de estacionamiento.

Una multa. Su primera multa. Luisito sucio e impúdico, inmoral y desfachatado, indecente y procaz. Una multa y la vergüenza se apoderó de su alma cual posesión diabólica.

Luisito vivió esos últimos días en Canadá con miedo. Cada noche, sudando copiosamente en febril calentura, imaginaba que cuando lo encontrara la migra y lo detuvieran, el oficial no iba a decir "Déjenlo ir. Su hoja de vida está limpia." sino "¡Al calabozo! Que el Pequeño Jimmy lo haga su esposa."

viernes, noviembre 13, 2009

Testimonio neomadrileño


Llegué.

Claro que llegué. Desde que me bajé del avión he tenido una ronda incesante de diligencias y es ahora cuando finalmente me he podido sentar a ordenar mis pensamientos. Que si la Seguridad Social, el Empadronamiento, el Consulado Italiano, la cuenta del banco, el NIE -que se pronuncia níe, no nié como el de Er Conde- y finalmente, el apartamento.

El jet lag me tenía desconcertado, pero ya estoy en zona horaria +1 GMT en cuerpo y alma y puedo dar mi testimonio de recién llegado.

Madrid me recuerda a veces a Caracas y a Bogotá. La arquitectura, la gente, la vibra tiene una familiaridad que se detecta rápidamente. Es una ciudad que mezcla el espíritu de Viejo Mundo con la modernidad. Una ciudad que se vive caminando, explorando. El Metro es fantástico y cubre toda la ciudad. El clima, en comparación con el de Toronto, es delicioso. Para mí ha sido como una extensión mágica del otoño. Los días son generalmente soleados y la brisa es fresca.

El otro día estaba haciendo diligencias y encontré una panadería donde vendían palmeritas de hojaldre. Resulta que es bastante común toparse con sitios para comerse una pasta seca o un dulcito como un venezolano está acostumbrado. Así que de entrada, la comida ha sido una mejora considerable. Si bien Toronto tiene gran cantidad de restaurantes con comida de todo el mundo, ya estaba fastidiado de los sitios a donde iba típicamente y volver a una comida con un feeling más casero -aunque mucho más grasiento- me ha sentado bien.

Todavía no me han mirado raro cuando hablo. Las conversaciones comunes con los venezolanos incluyen por lo general el tema del idioma y las diferencias que a veces hacen de la comunicación una incomunicación. Las adaptaciones de anglicismos son geniales. Por ejemplo, aquí no se comen un waffle con sundae, sino un gofre con sandy. Papo se murió.

De cosas que tuve que dejar y extrañaré, se encuentra en primer lugar sin duda la secadora. Aquí le tienen tirria a tan útil y maravilloso invento por aquello del consumo eléctrico... pero al mismo tiempo son fanáticos del lavaplatos eléctrico porque -aparentemente- ahorra agua. Sin secadora, ahora tengo que planificar mis lavadas de ropa, so pena de ir a trabajar alguna vez con los pantalones mojados.

Todo está doblado al español, pero el acento me parece muy falso. Es como si los actores estuvieran en un constante estado de excitación. Y si las propagandas demandan un grado de sensualidad sientes como que si te lamieran la oreja sin permiso, siendo hasta ahora la más abusadora la de los chocolates Lindor Lindt. Es una violación auditiva. De igual forma el lenguaje en televisión ha sido un choque. En televisión nacional dicen puta y en Disney Channel dicen culo. Me pregunto qué sucedería si a Zapatero se le ocurriera aplicar la Ley Resorte en España. Lo bueno es que ya pillé que los programas vienen en SAP.

Hay cines con películas en versión original subtitulada, pero son pocos y viejos. Me sale cambiar el cine por el teatro, que en Madrid pulula por doquier. La oferta de teatro clásico, ópera, comedia y musicales es abundante. Ya estoy anotado para Chicago y para una obra con Maribel Verdú en la Gran Vía.

Como siempre, todo cambio implica ganar algunas cosas y perder otras y la felicidad no es menos válida secando la ropa al sol.

domingo, noviembre 01, 2009

Chau Toronto


"Aún conservo curvas cicatrices
de mi idilio próximo pasado"
Hanos Bibío Mar de El Medio Evo

Se hace intolerable la proximidad de la hora de partir. Es un momento sin duda decisivo -como cuando en las novelas de Thalia la prueba de paternidad del dueño de la mansión la va a dar como hija única, legítima heredera- pero no quiero aburrirles con eso. Mejor les aburro con otra cosa.

Quizá la expectativa más grande es en esencia la misma que tuve al llegar a Toronto: que me guste la ciudad y que tenga éxito y bienestar para comenzar a echar raíces. Estoy sintiendo que me hace falta ver las cosas con un poco más de foco, por aquello de que no nos hacemos más jóvenes. Habiendo dicho esto quiero dejar en claro que no deseo renunciar al espíritu de aventura y cambio que hasta ahora me ha traído tan lejos.

Si bien el drama me fascina -al punto de considerar más de una vez el pedirle una prueba de paternidad a Raúl Amundaray-, me siento bastante tranquilo. Sí he echado par de lloraditas, pero le puedo echar la culpa al alcohol. Ah, siempre el alcohol. Me despedí de forma especial de la gente que me va a hacer falta, limé asperezas con la gente con quien tuve diferencias, empaqué mis maletas y estoy listo, sin asuntos pendientes.

El mundo se percibe un poquito menos grande y a pesar de ser un paso nuevo, es un paso familiar.