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sábado, julio 26, 2008

Contrato de confidencialidad


Una turba exaltada me persigue desde hace días para que les diga qué es el moñongo... Yo necesito que entiendan que no es por maldad. No puedo decirles ya que es una promesa, pero les puedo dar una pista: no es coincidencia que moñongo rime con mondongo...

Suck that tangerine, pues.

miércoles, julio 16, 2008

Muéranse de la envidia

Una de las mejores cosas que sucedieron durante mi estadía en Venezuela fue el haber encontrado una fotografía que no pensé que existía. Rememora un encuentro único e irrepetible.

Lo recuerdo claramente: recién estaba aprendiendo a manejar y mi tío Diego me pidió el favor de irla a buscar a su casa porque ella quería visitar a mi Abuela en la casa de La Trinidad. Agarré el carro de mi mamá y nos fuimos a El Cocotero, donde nos esperaba toda arreglada para la ocasión.

Finalizado el viaje, me felicitó por mi pericia tras el volante y en agradecimiento, me dijo con acentico maracucho que podía hacerle la pregunta que quisiera. Sin dudar un momento le pregunté "Lila, ¿qué es el moñongo?". Desde ese día soy uno de los pocos privilegiados en conocer la respuesta. Y para que no digan que es cuento, les dejo la prueba fehaciente de nuestro encuentro.

Señoras y señores, con ustedes Luis! y Lila Morillo (circa 2000).

jueves, julio 03, 2008

Escalas


Mantenerme despierto al tiempo que el avión despega de Maiquetía es una tarea difícil. Estoy agotado. Este mes pasado he debido envejecer por lo menos dos años. Me siento desgastado y triste. Peleo con mis párpados que quieren cerrarse pero yo no quiero que lo hagan. Quiero absorber el atardecer litoral, quiero ver los aviones que van al destino que realmente quiero tener, que me pidan perdón y me hagan darme cuenta de que todo fue un malentendido, que toda la confianza y la entrega siguen teniendo sentido.

Pasado, presente y futuro en mi cabeza van y vienen en desorden al mismo tiempo que nos movemos sigilosos por la pista, escuchando los avisos de seguridad del video de American Airlines. Una vez más, el viaje que estuvo en mi cabeza por tantas semanas de espera no se corresponde en gran medida con el que ahora ocupa mi pasado. Tantas promesas e ilusiones tan cercanas mientras estaba en Toronto, se alejaron sin razón a medida que me acerqué a Caracas. Irónicamente.

Trato de no seguir pensando en el asunto y me reconforta un poco saber que, una vez más, vuelo con celebridades de la música. Esta vez son el cantante venezolano Jeremías y mi heroína de infancia, la cantante que sabe cómo duele y quiere unos zapatos de tacón alto: Karina. Ya antes he volado con Los Amigos Invisibles de Caracas a Miami, y con Moby de Toronto a Nueva York. Karina voló en clase económica. Si me hubiera sentado a su lado le hubiera pedido una foto, un autógrafo y que me cantara un pedacito de "A Quién". Ese es el tema que necesito.

En el vuelo viniendo la azafata me introdujo a las dos opciones de almuerzo diciendo en perfecto puertorriqueño "calne o poio". En esta oportunidad es un sobrecargo quien me saca de mi sueño para ofrecerme algo que no entiendo y raviolis. Mi "What?" es seguido por sus dos opciones de incompresible plato y raviolis, acompañado esta vez de una mirada molesta e impaciente. Ante mi obvia perplejidad termina por decirme en inglés: "beef or raviolis". Car-nay oh rah-vee-oh-lees!

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Mientras despegamos del Aeropuerto Internacional de Miami, siento súbitamente un gran alivio. La vida que tuve cuando me fui de Toronto hace un mes no será la misma que me espera ahora. Todo lo que viví en Caracas durante el mes de junio me ha llevado a replantearme muchos aspectos de mi vida y me doy cuenta de que antes de partir de Toronto, sin saberlo, ya había comenzado a dar los primeros pasos que ahora voy a continuar. Quizá todo esto estaba en el plan después de todo.

Visitar Venezuela siempre es una experiencia muy intensa. Al salir de la rutina y enfrentarme a Caracas con ojos frescos cada vez, ineludiblemente entro en contacto con la nostalgia y esa necesidad de evaluar dónde estoy y a dónde quiero ir. Emociones, pensamientos y análisis que demandan gran energía mental y física de mi parte. No debería hacerme esto más.

Montado en este 737, dejo todo atrás obligándome a confiar en que lo que viene (a pesar del dolor que me dejó junio) será mucho mejor... o si no por lo menos diferente.

Entre las primeras resoluciones post-trauma viaje a Venezuela se encuentra entregarme apasionadamente a las fauces del capitalismo salvaje. ¡Llenar vacíos emocionales con posesiones materiales es lo que manda! Dando gracias a Urbe Bikini y al shopping antidepresivo, me pongo a ojear la revista del avión.

¿Qué habrá para almorzar hoy?

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Toronto está bonita. Parece estar más verde que el año pasado. No me calé arrastrar las maletas por el Metro, pariendo para llegar a la casa y me monté en el shuttle del aeropuerto. Me lo merezco.

Las márgenes del lago, llenas de gente disfrutando el Día de Canadá me dan la bienvenida y me venden la ciudad como si fuera la primera vez que la visito. Me siento cómodo y a gusto, a pesar de que el aterrizaje se confabuló con la gripe y juntos me taparon el oído derecho. Siento que no escucho en estéreo. No me preocupa en lo absoluto pensar de que voy a dormir este mes en el sofá de Hal. Estoy contento de haber llegado otra vez. Todo lo que viene es nuevo y emocionante.

Tras un sueño reparador y una larga ducha me preparo para salir, me pongo mi camisa de la vinotinto y me voy a la oficina donde todos mis compañeros me reciben con cariño preguntando cómo me fue y aliviados de que no dejé el pelero como el chino. Me presentan nuevos retos y nuevas tareas. La rutina vuelve y me calma.

Ya después del almuerzo comienzo a repartir los marcalibros de Venezuela que compré en Hansi. Veo la foto de Caracas dudando si imaginé todo o si en verdad pasó. Recuerdo el saborcito amargo de la gente que me hizo daño, pero rápidamente lo sustituyo por el de la gente que siempre me ha querido de verdad... y el de la gente increíble que conocí... y el de la gente que ya conocía y esta vez se portó tan calidad mientras estuve allá que ahora quiero y valoro más, mucho más.

Me da nostalgia y antes de ponerme triste pienso "¡claro que quiero volver a Caracas!... pero ahorita no."