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jueves, diciembre 28, 2006

Shopping spree!


Habiendo pasado más de una semana en la capital mundial del consumismo, era de extrañar que no hubiera comprado nada aún. En parte, todos conocen mis sensibles problemas de espacio y peso en la maleta, por lo que no era muy difícil suponer que en Houston iba a caer en ese precipicio cuyo único fondo es el límite de la tarjeta de crédito.

¡Oh Cadivi! Supiste de mí el día de hoy.

Parte de mi parada en Houston antes de ir a Toronto, era para apertrecharme de lo necesario para resistir el frío inclemente que me espera. Así que hoy después de desayunar, nos fuimos al Katy Mills a comprar mi abrigo (...mi abrigo...). Burlington Coat Factory fue la primera e inteligente parada. Allí tras una hora y medirme como 50 abrigos, me decidí por uno, un sobretodo y unas orejeras... Listo. En ese momento he debido salir del mall. Pero no. Tenía también que comprarme unos guantes para el frío (Beta, me recomendaron que me comprara otro par que fuera más grueso por si acaso). Caminando llegamos a Bass, donde compré unas botas (que me hecían falta para la nieve)... y tres pares de medias. Ok, todo bien. Haciendo memoria creo que el descontrol comenzó cuando compré la cortadora de cabello (es que estaba barata en $19,99 en Bed, Bath and Beyond)... El cuento se hace corto y bastante autoexplicativo en el siguiente párrafo.

Compré un sobretodo, un abrigo, unas orejeras, unas botas, 3 pares de medias, una cortadora de cabello (ojo, ¡con 23 accesorios!), unos pantalones cargo y unos grises, un sweater, un mono de fleece, un par de medias (¡¿otro par de medias?!), una colonia (que en verdad no necesitaba pero que compré porque me la regatearon), una franela manga larga, unos pantalones para salir (¡¿más pantalones?!)... y... y... y... unos guantes. ¡Todo un hijo pródigo y legítimo del capitalismo salvaje!

¡Oh Cadivi!. Sí que supiste de mí.

jueves, diciembre 21, 2006

Volare oh oh, comprare oh oh oh no


Finalmente comenzó la primera etapa del viaje que estimuló el nacimiento de esta habladera de pistoladas. He llegado a Miami. El viaje fue súper suave: el avión salió y llegó a tiempo y la inmigración y aduana fueron rápidas. Comenzamos con buen pie, gracias a Dios.

Los descubrimientos del viaje comenzaron desde el momento en el que me monté en el avión. En el bolsillo del asiento había una revista llamada Sky Mall que básicamente son 500 páginas con miles de cosas, una más inútil que la otra, para que la gente que no comenzó a ver la película y que está acorralada en un interminable viaje, drene su ocio a través de su tarjeta de crédito. La ÚNICA cosa útil que encontré y verdaderamente quise comprar sabiendo que no iba a ser una infame pérdida de dinero, fue la pistola de malvaviscos... "never has victory tasted so sweet". La pistola tiene hasta una mira láser para lograr la "mayor precisión" en el disparo de los marshmallows. Sentado en esa silla de avión supe que mi vida había comenzado a tener sentido.
(espero que hayan saboreado el sarcasmo del párrafo anterior)

He tratado de no entregarme a la perdición de las compras y los mall. Y he salido victorioso hasta los momentos. De hecho, no he comprado nada en EE.UU... aún. Me compré una colonia en el Duty Free en Caracas, así que eso no cuenta. ¡Ja! De resto, cero, niente, nothing.

En otro órden de ideas, mi papá llegó hoy de Caracas y del aeropuerto se fue con mis tíos a El Arepazo. Dejó el koala en el carro y cuando salió a fumarse un cigarro descubrió que se lo habían robado (el koala, no el cigarro). Le rompieron el vidrio al carro de mi tía y se lo llevaron. Por fortuna no tenía muchas cosas de valor: sólo las chequeras venezolanas y los celulares chimbones que tenía con sus contactos. Esto sirve para demostrar por lo menos dos cosas, a saber:
1.- No es que uno se va de Venezuela y afuera se está seguro. El crímen está a la orden del día en todos lados.
2.- La pava de mi papá es internacional y no conoce fronteras.

También descubrimos que las capacidades de negociación de mi tía Silvia no son muy... sutiles. Intentamos llamar al teléfono Digitel, que estaba en roaming y cuando atendieron al otro lado mi tía amablemente dijo "buenas, usted le acaba de robar a mi hermano. Queremos el teléfono de vuelta". Hmmm.

Si alguien sabe de una persona que eche buenos ramazos de cariaquito morado, favor pasar el contacto a mi papá. Eso sí, que no sea de las que escupe anís porque después dejan a mi padre con un mosquero encima y tampoco es la idea pues.

jueves, diciembre 14, 2006

Cumple... años... ¿feliz?

Muchos consideran su cumpleaños como el día más importante del año. Yo no. Para mí cumplir años es un estrés. Así de fácil. Y no me importa lo que diga la gente porque sé que el primer paso es aceptar que tienes un problema. Listo. Aceptado.

¿Qué sucede típicamente el día de tu cumpleaños?
Primero que nada, comienzas a recibir llamadas de tu familia y amigos... toooodo el día, llamadas y más llamadas. Hay que asegurarse de estar cerca del teléfono o con un celular con la pila cargada (nota mental: carga la pila esta noche). Típicamente la conversación transcurre así:
Yo: aló.
Persona al otro lado de la línea: ¿Luis!? ¿cómo estás? ¡feliz cumpleaaaaaños!
Y: ¡ay gracias!
P: ¿cómo la estás pasando?
Y: pues bien vale, aquí ¿cómo está todo?
P: todo bien, gracias. ¿Y vas a hacer algo?
Y: sí bueno, esta noche tengo una reunioncita en mi casa. Me van a picar la torta y luego nos vamos por ahí a rumbear.
P: ah bueno chévere yo estoy pendiente.
Y: bueno, ¡gracias por acordarte!
P: no vale de nada. Estamos hablando.
(fin)

Toooooooodo el día. En repeat.

Ahora bien. Hay que asegurarse de atender la llamada porque si no, termina siendo algo así.
Yo: aló.
Persona al otro lado de la línea: ¿Luis!? ¡aaaaay Dios mío! Te he llamado todo el día, no te imaginas. ¡Gracias a Dios! ¿Recibiste mi mensaje de texto? ¿el del celular? Te dejé dicho con tu tío que 'feliz cumpleaños'. Menos mal que te encontré, por fiiiin. Te lo juro. Ha sido horrible comunicarse. ¡Ave María Purísima! ¿Cómo estás? ¡Feliz cumpleaaaaaños!
Y: ¡ay... gracias!
(lo demás transcurre igual)

¿Qué pasa? No sólo me estreso yo sino que los demás también. La gente tiene pánico de no felicitar el día del cumpleaños por temer represalias futuras del estilo "¡qué bolas que no te acordaste de mi cumpleaños! Acabas de entrar en mi lista negra y no pienso hablarte hasta que ( ). Yo que siempre te llamo el día de tu cumpleaños y a mi nunca se me olvida felicitarte". Detengámonos aquí.

¡Bingo! A mí sí se me han olvidado muchas veces los cumpleaños de la gente. Y no es porque la gente no me importe o me importe más o menos que otra. Es que es natural que a uno se le olvide. Y más ahora que todo el mundo corre todo el día con un solo estrés.

Recuerdo una vez que se nos olvidó el cumpleaños de María Paulina estando en la Universidad. Fue horrible. No me acuerdo exactamente cómo fue pero sé que fue horrible y ya no se me olvida (28 de septiembre).

O típico que saludas a la gente como si nada, en la oficina, en la casa y la nadie ha caído en cuenta de que cumples años. Uno no lo dice porque sabe que los presentes se mirarán las caras y comenzarán a dar excusas nerviosas tipo
* ¡Mentira!
* ¡Ay Dios mío, no puede ser!
* ¡Y yo que estaba pendiente!
* ¿Ya estamos a quince?... ¡y no me han pagado!
* (o peor) ¡Ajo! Si hoy es 15 y tú cumples año el 18.

El hecho es que tarde o temprano estalla. Es una bomba de tiempo. Porque típico que llega el que sí se acuerda, te felicita y voltea a su alrededor con cara de satisfacción ganadora preguntando "lo felicitaron, ¿verdad? Hoy es su cumpleaños".

Entonces todos comienzan a gritar ¡feliz cumpleañooooooooos! con aquella pena (incluido uno, claro está... (lo de la pena... no a gritar)). ¿Ven? Es un estrés para todos, sin excepción. ¡Y dígame si se te pasa el día! Uno todo enrollado pensando en qué excusa puede sonar auténtica o cómo convencer a la persona que uno pensó en ella pero se le olvidó llamar o escribir (que me pasa mucho).

¿Y los días siguientes? La ola de preocupación y culpabilidad ilimitada sabiéndote en la lista negra de la persona... al lado o muy cerca de Chávez o Paris Hilton o Bin Laden.

¡Y toda esa atención sobre uno! Es rarísimo. Y cuando uno se está acostumbrando a la atención, a los abrazos y besos, a sentirse especial... se acaba el día y te conviertes en noticias viejas y peor porque eres noticias viejas con un año más de edad que hace 2 días. Adiós atención, hola depresión post-cumpleaños.

Y si nadie te llama o se acuerda de ti, te sientes mal. Te sientes insignificante como el sucito de la uña del pie, tan querido como un mango picado de pajarito, tan olvidado como Francisco y Fernando. Adios juventud, hola depresión de cumpleaños.

¡Hay que estar bien demente!
(ilustración: The Birthday Cake de Beryl Cook)

domingo, diciembre 10, 2006

Oh, la mayoría


Somos como nos han educado nuestros padres. Somos producto de actitudes, traumas y repetición desde el vientre materno. Personalmente, tengo una (no sé cómo llamarle) ¿condición?, adquirida gracias a (o por culpa de) mi madre. Siempre me ha gustado la música y cuando era niño escuchaba cosas que la mayor parte del tiempo no le gustaban a mi mamá. Cuando venía una canción en la radio que me gustaba (y era algo estridente o gritona) yo la dejaba sonar y mi mamá se ponía toda tensa. Comenzaba a arrugar la frente y bajo sus lentes de sol escondía unas profundas ganas de caerle a batazos al reproductor del carro. Ante tales ánimos no me quedaba otra que cambiar la estación, a lo que fielmente mi mamá respondía algo como "cooooooño mijoooo, gracias a Dios, ¡¡me ibas a volver loca con esa musiquita!!".

Con el paso de los años, desarrollé entonces mi condición y es que ahora, no puedo disfrutar nada si no estoy 100% seguro de que la(s) persona(s) que me acompaña(n) están disfrutando, o al menos son indiferentes. Esto fue traumático en mi adolescencia sobre todo en el cine, cuando yo me tripeaba mi cine de autor y mis pelis fumadas o de alto contenido reprochable (Rosma tiene un cuento) y la gente comenzaba al lado a maltripear. Tuve entonces que ir afinando mi puntería a la hora de invitar a alguien a algún lado. En el carro siempre me pasa. Sin falta, colocaré música que le guste a mi copiloto o le soltaré el impelable "disjockea tú". Santo remedio.

Algo parecido me pasa cuando voy a un concierto de música clásica. Temo el momento en el que se acabe el primer Movimiento y la gente comience a aplaudir enardecida. Hoy en el Teresa Carreño en el concierto de Dudamel con la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar la gente aplaudió a rabiar TODOS los Movimientos, a pesar de las miradas poco disimuladas de algunos (como yo) y la cara de "qué-sudacas-tan-ignorantes" de los músicos invitados. En el solo de Joshua Bell, estuve a punto de pensar que la gente se iba a parar a aplaudir cual solo de guitarra en un concierto de rock... no pasó... gracias a Dios.

La gente que sabe que no se aplaude por lo general manda a callar a la gente que finalmente queda como regañada y aplaude sólo cuando la mayoría lo hace. ¿Qué pasó hoy? Que la Ríos Reyna estaba llena y la mayoría no sabía que no se aplaudía.

Otra vez mi capacidad quedó reducida a añicos por culpa de la mayoría.

Todo esto me llevó entonces a reflexionar y preguntarme ¿qué hacemos con esta mayoría? ¿es posible educarla? Porque todos tenemos derecho ya sea por gusto, por obligación, por intento de superación cultural o por puro snobismo a ir a un concierto de música clásica. Quizá poner unos cartelitos de "donde fueres, haz lo que vieres" en las entradas a la sala y en los programas. O un maestro de ceremonia que explique aquello de los Movimientos y los aplausos. O quizá un letrero luminoso de "Aplauso" tipo talk show.

Quizá lo más fácil es rendirse a la masa y lanzarle sostenes al solista y esperar que el director lance la batuta al público. Me está gustando la idea y todo. Burda de contemporáneo.

lunes, diciembre 04, 2006

¿Cuál es mi problema?


Confieso que voté en contra del Presidente Chávez porque guardo fuertes diferencias con él, porque no me gusta las cosas que hace ni cómo las hace, lo que dice, cómo se comporta. Porque lo mío no es el socialismo sino el capitalismo, el libre mercado y el libre comercio, la competencia. No comulgo con él. Y no es que sí comulgue con Rosales. Al menos no del todo.

Un primo que está con el proceso me preguntó el porqué de mi explosivo nick en el MSN. Me preguntó si acaso no somos todos venezolanos iguales. Y ahí fue cuando me di cuenta de que mi problema es ese: el venezolano. Ese que se colea, que es vivo, que no quiere servir para nada y se corta las venas frente al Conavi porque el Gobierno no le ha dado una casa, que encuentra siempre la manera de torcer las cosas a su beneficio propio sin importarle nada más que eso, ese que encuentra más fácil robar que ponerse a trabajar así sea de obrero, ese que en la cola se mete por el hombrillo y se te mete más adelante. O peor, ese que está con el Gobierno porque tiene o tendrá un puesto en el Ministerio a pesar de no tener las aptitudes del cargo o que está cuadrado en un negocio por otro lado. Y honestamente siento que así es la mayoría de los venezolanos. La gente que es así se merece una mierda de país como el que tiene. Yo no soy así, no me lo merezco.

Le perdí la fe a mi gente y a mi país.

Y la verdad es que la diferencia no la hacía si ganaba Rosales. Hubiera sido la misma mierda. Quizá a mi modo de ver Rosales hubiera sido menos mierda porque no se hubiera puesto a regalar nuestro dinero y nuestro petróleo a diestra y siniestra, a comprar armas en vez de hacer hospitales, a verborrear en contra de los Estados Unidos o la persona de turno, a encompadrarse con Fidel y el Mar de la Felicidad, a adoctrinar a los niños que ahora son de la Patria además, a controlar mis gustos, a ir a elecciones con una base de datos de electores con gente que tiene 3 cédulas distintas o que sencillamente no sabe hablar español y vino de África sólo para votar porque les regalaron la nacionalidad venezolana, a no darle trabajo a alguien o mantenerlo asustado porque firmó en su contra...

Mi granito de arena y la única vía que tuve para tratar de cambiar las cosas fue con mi voto. Voté. Hice mi parte.

El hecho es que creo que el problema de este país es que nos hace falta un reseteo, que nos borren nuestra conocida idiosincrasia y nos instalen una nueva. Y eso no va a pasar. Entonces el problema no es que perdiera Rosales, ni que ganara Chávez... ¡soy yo!. Y yo pues me calo mi peo yo solo... eso sí, lejos de aquí. Gracias a Dios tengo la oportunidad de hacerlo.