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miércoles, diciembre 30, 2009

Cuentos de Navidad

Aeropuerto de Barajas, Madrid - 9:43 a.m.

Desde que salí de la casa hasta sentarme en la puerta C42 han pasado 50 minutos. He vencido a la lluvia y he sorteado el caos decembrino del Aeropuerto en tiempo récord. Ahora sólo queda relajarme mientras espero.

Hay cosas que nos definen como seres humanos y que -a mi parecer- se ponen en evidencia sobre todo cuando viajamos. Por ejemplo, ¿quién le dice a la fila de tarados que se ha apostado frente a la puerta de embarque que, cuando comencemos a abordar, nos llamarán por grupos de asientos?

Chequeo mi boleto y me corresponde el 30C. "Pueden abordar las personas con número de fila del 25 al 33". La tonta fila destinada a disolverse se esfuma y se convierte en una masa aglomerada en la puerta. Aprovechando la confusión me adentro y ahora soy parte de la masa. Hay bastante orden para ser un desorden. Una señora frente a mí grita una vaina en serbio a un tipo en la parte de atrás al tiempo que le explica a la chica de la aerolínea que no necesita visado. Desde la distancia se escucha el tipo contestar.


Sobrevolando Génova, avión de Swiss - hora desconocida.

Las azafatas hormigueantes han repartido croissants y yogur de frambuesa a los pasajeros. La tarea ha probado ser un reto ya que la ruda turbulencia ha amenazado más de una vez que alguien será rociado con café hirviendo. No es parte de mi plan ver cómo en mi mente se desprenden los pedazos de pellejo chamuscados de la señora sentada dos puestos delante de mí, así que trato de distraerme pensando en otras cosas.

Hace muchos años estuve ojeando un libro de Kamasutra con una amiga. De lo que mi memoria logró retener del estimulante evento, recuerdo una posición que me llamó mucho la atención y de la cual sólo recuerdo el nombre: "El batido del yogur".

Sonriendo distraídamente, batí efusivamente mi yogur y lo comencé a abrir, pero a pesar de mis más sigilosos movimientos, el vacío hizo que un chorro de yogur líquido rosado salpicara violentamente la parte izquierda de mi cara.

Ah, el batido del yogur…




Aeropuerto de Kloten, Zürich - 12:46 p.m.

Mis primeras impresiones de Zürich corresponden a las nalgas que un chino me restregó en la parte derecha de la cara. Si cierro los ojos, todavía puedo evocar el aroma de sus pantalones. El señor Chang y una tropa de españoles y rumanos se pusieron de pie en cuanto el avión se detuvo en la pista causando un coágulo de gente irritada en el estrecho pasillo, que inevitablemente desembocó en el tierno contacto de mi cachete con su nalga.

Una vez más, ¿quién le dice a esta cuerda de tarados que todos saldremos del avión sin problema? Una española vocinglera comienza a reclamarle a un señor que no la empuje, a lo que el señor responde malhumorado que se calme, que no hay espacio. El espíritu de la Navidad se mantiene inquebrantable en el aire, gracias a las voces de las chicas de Abba que dulcemente cantan "Happy New Year". Ah.

Ya en la puerta de la nave, las escaleras conducen a un autobús que nos llevará al Terminal. Tanto desespero para terminar todos igual en un autobús. La temperatura es 3 °C. Al extremo opuesto del autobús, veo al señor Chang. Por un segundo me ve y aprovechando su atención, toco mi cara mientras veo fugazmente esa nalga que alguna vez estuvo tan cerca de mí.

El señor Chang algo perturbado mira a otro lado y continúa su chino paso por el mundo.




Estocolmo, cuarto piso de edificio residencial en Hägerstensvägen.

Mientras veo por la ventana pienso que esta será mi primera Navidad blanca. Los tres años que viví en Toronto pasé la Nochebuena en Estados Unidos o Venezuela. Navidad híbrida y multicultural, comenzamos comiendo una variedad de encurtidos de arenque con pan sueco. Luego el plato principal vio a una hallaca que cedía espacio protagónico a un par de albóndigas -tradicionales en las cenas navideñas suecas-, una lonja de grueso jamón de Navidad llamado Julskinka y una ensalada con tintes mexicanos que aportaba un lado leguminoso, muy necesario en medio de ese mar de proteínas.

Acompañando la cena tuvimos una botellaUna botella de Cerveza de Navidad, una botella de vino tinto, una botella de akvavit. Y luego, una botella de glögg, un par de Hibernation Ale… y unas margaritas.

Y José Feliciano dice:
Ai guana wich yu a meri crismas
Ai guana wich yu a meri crismas
Ai guana wich yu a meri crismas
Fron de barom of am jart


Una Navidad líquida, etílica, espirituosa.

Al día siguiente, en medio de la resaca y un tenue olor a pelo quemado y cera de vela en el ambiente, todos concordamos que las margaritas habían sido quizá demasiado, a lo que nuestro bartender de la noche respondió "¿qué margaritas?"

Exacto.




Aeropuerto Arlanda, Estocolmo - 2:31 p.m.

El Sol ya se escondió. Desde la despejada llanura del Aeropuerto con sus pistas cubiertas de nieve, pude ver la luz amarilla descendiendo detrás de las persianas de madera del restaurante al otro lado de la sala de espera del terminal.

Me como un pan dulce mientras espero, recordando con frustración el reciente episodio en el Duty Free. "No estoy autorizada a vender alcohol en viajes dentro de la Unión Europea. Vas a tener que hacer estas compras en Barcelona", me dijo la cajera al tiempo que escondía la botella de Campari y de vodka debajo de la caja y -aún más dolorosamente- mientras el imbécil que tenía detrás en la fila se reía de mí ruidosamente. Lo de las botellas no es tan grave, pero ¿que se rían de mí en ese momento de vulnerabilidad, mientras se llevan mis preciosas botellas de mi lado? Eso es ruin, es bajo. Sólo imaginar la diarrea que -ojalá- le producirán los chocolates que se compró me hace sentir mejor.

Ahí estoy yo, sentado en la sala de espera, pensando en lo parecido que sabe ese pan dulce a los panes dulces que venden en Venezuela, cuando aparece frente a mis ojos la visión más desagradable de todo 2009.

Lo primero que vi fue su franela. Tener puesta esa franela era literalmente como no tener nada puesto. Había sido confeccionada a partir de una red para pescar por una persona que, si hubiera sabido a quién iba destinada, seguramente no la hubiera terminado de hacer. Dejaba ver su pecho lampiño, su espalda, sus pezones. ¿Por qué tengo que ver pezones de hombre en vida real a pocos metros de mí en un aeropuerto?

Luego entendí. No paraba ahí. Este hombre era una oda viviente al mal gusto. Qué asco. Apestaba a cigarrillo, llevaba sus zapatos dentro de bolsas de supermercado colgando de su equipaje de mano donde guardaba todo tipo de comidas también en bolsas de plástico. El equivalente a la señora que saca la empanada grasienta del papel de aluminio en el autobús saliendo de La Bandera.

Sentado con despreocupación, vestía sandalias de plástico con medias mientras ojeaba un periódico en ruso mientras se jurungaba la nariz. Ahí fue el clímax: la uña de su meñique derecho. Larga y afilada, bien podía haber servido como destornillador o como hisopo.

Vi el número de mi asiento: 2F. Pensé que si existía una fuerza superior, iba a sentar a ese espécimen lejos, muy lejos de mí. Mientras comenzaban a llamar a los asientos de las filas 20 a la 28, vi con satisfacción cómo se subía al avión entre los primeros. Gracias, Dios.

Después de esos minutos eternos, el episodio del Duty Free era insignificante. Antes de entrar al avión, corrí a donde estaba el señor que se burló de mí en la caja y, tras darle un abrazo y unos digestivos, me despedí con una sonrisa mientras él me veía extrañado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Menos mal que no fue el de la camiseta de red el que restregó la nalga en la cara!

Transeúnte de inframundos dijo...

Ahora entiendo que el desorden en los aeropuertos no es sólo cuestión del 3er mundo.
El relato genial como siempre, parece algo que me hubiese pasado a mi.
Felices fiestas y sigue escribiendo.
Saludos

Rod dijo...

O peor, menos mal que no fue el tipo de la red, el que te restrego las nalgas de tu cara, para luego viajar a tu lado, comiendo los chocolates que le iban a causar diarrea.

Pau dijo...

Ai lovyu from da botom of mai haaaart!!!!