Para muchos (entre los que me incluyo), la pornografía es una buena amiga, compañera inequívoca de momentos de depresión, soledad, ocio o sencillamente líbido. Sin embargo, cuando la misma te ataca y pone en riesgo tu propia vida, la cosa cambia. Hoy trataba de bajar una maleta de la parte alta del closet de mi hermano y una lluvia de revistas porno (que eran sólo 4 pero que sentí que venían con tipas y todo) me cayó en toda la cara durísimo.
Me pareció tan surreal el episodio que lo primero que pensé fue en publicarlo en el blog. Pensé que había sido obra de la fuerte contusión en la frente y la nariz... pero horas después estoy aquí frente al computador confesando los pormenores de mi ataque.
Creo que he sido devorado por el monstruo del blogging. Que Dios me agarre confesado...
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